MARK TWAIN: EL ESCRITOR SECUESTRADO POR LAS ESTRELLAS
Por Manuel Pereira
Mark
Twain (1835-1910) es un escritor y
humorista norteamericano secuestrado por el cometa Halley.
Su labor literaria es tan extensa como la cabellera luminosa
de ese astro celeste. Las aventuras de
Tom Sawyer -donde describe en tono autobiográfico la infancia en un pueblo
a orillas del Mississippi- sigue siendo su libro más famoso. Su secuela, Las aventuras de Huckleberry Finn, también
perdura. En esencia el autor describe el picaresco candor bucólico anterior a la Guerra Civil en
oposición a la pesadilla de la era industrial, mucho menos poética.
Twain
atesora muchas más obras, por ejemplo Vida en el Mississippi, donde narra sus experiencias como piloto en
vapores de ruedas en ese mítico río. De todo lo escrito por él también
destacamos Un yanqui en la corte del Rey
Arturo (1889) donde satiriza la opresión en la Inglaterra feudal valiéndose
de un recurso asombroso que se ha prestado a más de una confusión académica.
El viaje en el tiempo que tiene lugar en Un yanqui encierra una fórmula parecida
a la que usaría seis años después nada menos que H. G. Wells con su clásico de
ciencia-ficción La máquina del tiempo.
Lo cual no convierte a Twain en un autor de fantaciencia, pues lo que él
despliega es una ucronía en clave humorística. Mientras que Wells recurre a una
máquina -artilugio científico o tecnológico- para trasladarse a diferentes
épocas, el personaje de Twain (Morgan) recibe un golpe en la cabeza, de
resultas del cual experimenta un viaje a través del tiempo desde el siglo XIX
hasta la época del Rey Arturo. Si la exploración del tiempo entraña en Wells un
acto deliberado y erudito, el salto hacia atrás de Morgan no es ni lo uno ni lo
otro, pues un golpe en la cabeza no es un hecho intelectual ni cultural sino simplemente
un traumatismo craneal. Luego entonces Twain no se adelantó a Wells en el
género de ciencia-ficción, aunque sí creó la primera ucronía cuyas
consecuencias se prolongarían desde la Teoría de la Relatividad de Einstein
hasta la actual literatura de universos paralelos. He aquí uno de los tantos
méritos de Twain apenas reconocido.
Y ahora viene lo más misterioso.
¿Por qué afirmé antes que Mark Twain fue secuestrado
por un cometa? La concepción de su relato ucrónico -con el yanqui Morgan
introduciendo modernidades tecnológicas en la Camelot del rey Arturo y en el
bosque del Mago Merlín- fue sin duda
fruto de la pasión de Twain por la ciencia y la tecnología.
Twain fue amigo de Nikola Tesla y en 1909 Thomas
Alva Edison lo visitó en su casa de Connecticut. Por si fuera poco, el escritor
patentó tres inventos: una “Mejora de correas ajustables y desmontables para la
ropa”, un juego sobre anécdotas históricas y un libro de fotos autoadhesivas. Además,
inventó una máquina diseñada para sustituir al tipógrafo humano en las
imprentas, un complicaco aparato que asombró a todos, pero cuya inversión ni
siquiera pudo recuperar. Lo mismo le sucedió con otras empresas, todas
condenadas a fracasar: una editorial que fundó, su minería del oro, la herencia
de su esposa…
Twain no tenía talento para administrar sus finanzas,
así que a pesar de sus inventos y sus derechos de autor, todo ese dinero lo
invirtió mal y terminó en la quiebra. Se recuperó medianamente gracias a un
buen amigo, Henry Rogers. Siguió impartiendo conferencias y publicando, pero de
nuevo las calamidades se abatieron sobre él con la muerte de su esposa, de su
hija pequeña y de su gran amigo Rogers.
Entre otras peripecias de su vida, Twain fue
impresor, periodista y escribió historias humorísticas como La célebre rana saltarina del condado de
Calaveras (1865), que fue su
primer éxito literario. Y como si eso no fuera suficiente, también fue orador y amigo de presidentes estadounidenses, además de
granjearse la amistad de artistas, industriales y aristócratas europeos.
Obviamente Twain fue muy aventurero. Su períplo
por Europa y Oriente Medio produjo una popular colección de cartas que en 1869
compiló bajo el título de Los inocentes en el extranjero. De un
segundo viaje a Europa nació otro libro en 1880: Un vagabundo en el
extranjero.
Es fácil conjeturar que la biografía de Twain tiene
suficientes ingredientes para componer un best-seller.
Sin ir más lejos, él es esa clase de escritor que al final resulta ser más personaje
que autor.
En 1907 su estrella brilló más que nunca cuando
recibió el título de Doctor honoris causa por la Universidad de Oxford. Lo
merecía sobradamente, pues Twain es el
mejor retratista de la sociedad de su país a mediados del siglo XIX y es considerado
“el Dickens norteamericano”.
Algunos atribuyen el inmenso talento de Twain al
paso del cometa Halley, y no sería descabellado admitirlo, ya que nació y murió
entre dos visitas del famoso cometa. Sobre ese enigmático tema él
mismo dijo un año antes de morir:
“Vine
al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año, y espero
marcharme con él. Será la mayor desilusión de mi vida si no me voy con el
cometa Halley. El Todopoderoso ha dicho, sin duda: 'Ahora están aquí estos dos
fenómenos inexplicables; vinieron juntos, juntos deben partir'. ¡Ah! Lo espero
con impaciencia.” (1909)
Twain
falleció exactamente un día antes del regreso del recurrente cometa que ya se
dejaba ver en el tapiz de Bayeux (1066)
y que también pintaría Giotto en su fresco “La adoración de los Reyes Magos”
(circa 1303-1305).
Esa increíble coincidencia en la vida de Mark Twain es
tan mágica que, por si sola, ya resulta un hecho literario. Es como si ese
astro de cola luminosa hubiera traido al bebé Twain a este mundo sacándolo
luego de su tumba para hacerlo reencarnar en otra persona, en un país diferente,
cuando pasó por nuestro cielo la última vez en 1986.
Si así hubiera sido, Twain tendría ahora 31 años y
andaría entre nosotros sin percatarnos de su presencia. Mientras hilvano este
prólogo, Twain pudiera ser un ingeniero de ojos rasgados en Tokio, o una
brasileña ya entrada en carnes bailando una samba ardorosa. Quizá ahora esté
hablando en París a través de un tablero de ouija, o tal vez el cometa se lo
llevó en 1910 para pasearlo alrededor del Sol y traerlo de nuevo en posición
fetal en el año 2061. Casi como en una inquietante ucronía.
¿Se quiere un destino más poético para un escritor? ¿Acaso
todo escritor de raza no persigue alguna forma de eternidad? Pues eso Twain lo
tenía garantizado antes de ponerse a escribir, nada más nacer.
Un novelista como él, predestinado a viajar entre
las estrellas, puede permitirse el lujo de no ser un estilista, puede prescindir de inaugurar corrientes
o escuelas literarias, puede incluso ser comercial y escribir libros de factura
infantil y juvenil. ¿Qué le importa a un escritor así que ahora lo censuren y
hasta lo prohiban por haber usado la palabra nigger (negro) en sus obras? Ni siquiera le afecta que el gran Harold
Bloom apenas lo mencione en El canon
occidental. Nada ni nadie podrá ya arrebatarle a Mark Twain el cetro de la
inmortalidad.
Y así llegamos a la novela que prologamos aquí. El príncipe y el mendigo (1881)
es una de sus alhajas, pero ante todo es la prueba desconcertante de que Twain
ha vivido y sigue viviendo en la desconocida dimensión de los dobles y los mundos
paralelos. De nuevo el cometa Halley está presente en esta amena ficción mediante
la extraña dualidad de Twain, alguien tan señalado por la duplicidad que ni siquiera
se llamaba Mark Twain sino Samuel Langhorne Clemens.
Esa
duplicación de Twain se refleja vivamente en estas páginas cuando un niño pobre
intercambia sus ropas con un heredero al trono de Inglaterra. Que dos niños parecidos
físicamente permuten sus roles convirtiéndose el rico en pobre y el mendigo en
príncipe, ¿no es acaso algo parecido a lo que hace el famoso cometa con Twain
llevándolo a vivir sucesivos avatares mediante viajes astrales?
La
acción transcurre en el siglo XVI inglés. Se ha dicho que es su primera “novela
histórica” aunque en el exordio Twain afirma que se trata de un relato oral
transmitido de generación en generación durante “más de trescientos años”. Se
me antoja más bien novela costumbrista con ciertos destellos de documentación histórica,
si bien el mismo autor matiza: “pudiera ser una leyenda aunque ... tal vez pudo
haber ocurrido”. Tanta ambigüedad impide clasificarla como “novela histórica”. Supongo
que Twain eludió definir con claridad esta ficción para así disponer de mayor libertad
a la hora de desarrollar sus personajes, tramas y subtramas. Sabiamente evitó
la camisa de fuerza de una excesiva historicidad.
Resumiendo:
nace un heredero al trono de Inglaterra y ese mismo día nace un niño en los
bajos fondos de Londres. Se llama Tom Canty, y con el paso del tiempo, pide
limosnas sin atreverse a robar. Aprende a leer gracias a un espléndido anciano.
Mientras tanto, al príncipe lo educan, tanto física como intelectualmente, para
ser un pretendiente al trono. Tom experimenta curiosidad por la vida cortesana y
merodea en las inmediaciones del palacio. Los guardias lo arrestan y lo llevan
ante el príncipe quien -cansado de los adulones palaciegos- se siente atraído
por Tom, pues le gustaría iniciar una relación más franca con los humanos. Los
dos niños empiezan jugando a los bolos. Pronto se hacen buenos amigos a pesar
de sus abismales diferencias económicas. Lógicamente el príncipe enseguida quiere
vivir una aventura lejos del estricto control a que está sometido en palacio.
Intercambian ropas y durante unas horas el príncipe sale a vivir la vida de Tom
fuera de la pompa y el boato. Nadie se da cuenta del cambio de identidades.
En
el barrio marginal, el príncipe tendrá que soportar a un “padre” borracho, diabólico
y ladrón mientras que Tom disfruta la prestada vida del príncipe. Pasa el tiempo
sin que el príncipe regrese y Tom se inquieta. Confiesa que no es el Principe.
Nadie le hace caso, ni siquiera “su” padre. Mientras tanto, el niño aristócrata
sigue viviendo la vida atroz que le correspondería a Tom.
Aquí
se desencadenan numerosos incidentes, entre otros las fugas del padre apócrifo
del príncipe, ya que lo buscan para ahorcarlo... Finalmente el príncipe evitará
que entronicen a Tom. Gracias a su honestidad, el mendigo será nombrado con un
cargo vitalicio en la corte, lo cual le permite sacar de la miseria a su madre
y hermanas.
Este
esquema twainesco remite a un clásico del parangón: Vidas Paralelas, de Plutarco, donde se registran nada menos que 23
pares de biografías de personajes históricos célebres, comparando las de 23
romanos con las de 23 griegos.
Las
comparaciones, los intercambios y los equívocos ya estaban presentes en las Metamorfosis, de Ovidio, así como en las
comedias de Plauto, donde abundan las confusiones entre gemelos y las bodas
entre personas de clases sociales diferentes; también Shakespeare recurrió a
situaciones confusas en Sueño de una
noche de verano, y esa apasionante tradición literaria llegó hasta el siglo
XX con Thomas Mann en Las cabezas
trocadas.
Lo
curioso en el caso de Twain es que el intercambio de roles lo experimentó en
carne propia con las dos visitas del famoso cometa. El príncipe y el mendigo es el mejor autorretrato astral de Mark
Twain. La novela es también un
hermoso canto a la amistad.
Twain es el escritor reencarnado en sucesivas
vidas pasadas y futuras. Jack London pensó en él cuando escribió su última
novela El vagabundo de las estrellas
(1915). Faulkner consideró a Twain “el padre de la literatura norteamericana”
poniéndolo a la altura de gigantes como Henry David Thoreau, Herman Melville,
Edgar Allan Poe y Walt Whitman.
Twain prefiguró a escritores del gótico sureño
como el mencionado Faulkner, Carson Mc Cullers, Truman Capote… Otra
contribución de este hombre con cejas de águila y canas alborotadas,
es haber humanizado con sus obras a una humanidad cada vez menos humana. Pero,
sin duda, su mayor hazaña fue crear un personaje inmortal de las letras
universales: él mismo.
Lo que el lector tiene en sus manos es mucho más
que un libro, es una astilla radiante caída desde una estrella.
México, 31 agosto 2017
(*) Publicado en el facebook del autor, 3 mayo 2018.
Inconmensurables niveles de influencia de Twain en la Literatura, nos da a conocer el Maestro Manuel Pereira , mediante menciones de obras, personajes entrañables en la prosa magnífica de Pereira , profunda y a la vez escrita con la palabra precisa , cronotopica ,vva; i terpreta los hechos literarios e históricos, para regalar a sus lectores, El Maestro Pereira, conceptos universales amalgamados en ideologemas universales, aportados por su experiencia de vida, que nos comparte .
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